La “dinomanía” probablemente comenzó en 1854. Fue en junio de ese año que una multitud estimada de 40,000 personas inundó los pasillos de exhibición del famoso Palacio de Cristal en Londres.
Por primera vez, los turistas podían ver modelos tridimensionales de tamaño real de dinosaurios en su escenario “natural”. Así como nosotros, los victorianos fueron fascinados por estas criaturas gigantes extintas.
En las siguientes décadas, los cazadores de fósiles Othniel C. Marsh y Edward Drinker Cope se comprometieron en una lucha acalorada por los restos de dinosaurios más selectos. Los esqueletos enormes—botines ganados arduamente de sus campañas en las tierras áridas del “Lejano Oeste” de Norteamérica— cambiaron el diseño de los edificios de los museos para siempre. La fiebre no mostraba señales de amaine.
En las últimas pocas décadas, nosotros hemos visto una proliferación increíble de dinosaurios en prácticamente todo medio que pueda imaginar—desde películas baratas hasta libros impresionantes. Aunque existe algo más que solamente explotación comercial. Los dinosaurios son criaturas que causan una fascinación especial en los niños. Y con ese intenso nivel de interés viene una capacidad incrementada por aprender.
Los educadores saben esto, y han usado a los dinosaurios como medios para enseñar toda clase de conceptos. Desafortunadamente, los temas favoritos son la macroevolución y la geología uniformista. Macroevolución, como el nombre indica, hace referencia al cambio en una escala masiva.
Esta es la idea de que un organismo (o unos pocos) puede dar origen a todo lo demás que alguna vez haya vivido.
En este punto de vista, las medusas, tiburones, simios, dinosaurios, y, sí, incluso los humanos, son cosas en un árbol familiar inmenso
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